Ana Comnena es una princesa “porfirogéneta”, es decir, nacida en la cámara púrpura del Palacio imperial en Constantinopla, como correspondía a los hijos del emperador. En efecto, en 1083, fecha de su nacimiento, Alejo I Comneno llevaba ya dos años en el trono de Bizancio, donde permaneció hasta su muerte en 1118. La madre de Ana, Irene, era una mujer en muchos sentidos excepcional, perteneciente a la noble estirpe de los Ducas. Tras la muerte de su marido, se retiró al convento de la Theotokos Kecharitomene (la Virgen Llena de Gracia, lo llamaríamos en español) que había fundado unos años antes.
En la primera parte de su vida, Ana hizo lo que se esperaba de ella. Con 14 años, en 1097, contrajo matrimonio con el césar Nicéforo Brienio (otro noble escritor de historia, como ella) y tuvo con él dos hijas y cuatro hijos.
En aquellos años, junto a Alejo I dos figuras femeninas habían adquirido influencia política: la madre del emperador, Ana Dalasena, y su esposa, Irene Ducas. El trono debía heredarlo Juan, el hermano pequeño de Ana, pero tras la muerte de Alejo en 1118, madre e hija maniobraron para que quien lo sustituyera fuera el césar Brienio. El complot no salió bien y ambas mujeres se retiraron a la Kecharitomene.
Los frutos del retiro
Ana tenía entonces 35 años y mucho tiempo libre por delante. Pero sobre todo contaba con una mente despierta y con la cultura que había adquirido desde pequeña, escondiéndose en los rincones de palacio para poder devorar un libro tras otro sin que nadie la censurara. Aunque seguramente Juan II, su hermano, la obligó a alejarse de la corte y residir en la Kecharitomene desde 1118, Ana no tomó los hábitos hasta su lecho de muerte, siguió formándose y mantuvo la relación con miembros de la élite culta constantinopolitana: profesores, oradores, poetas, obispos… escritores y filósofos en suma vinculados a ella y a su madre.
La actividad principal a la que se dedicó Ana hasta su muerte hacia 1153 fue la composición de una obra histórica en torno a la figura de su padre, el emperador Alejo I Comneno. La Alexíada es una de las obras maestras que nos ha legado Bizancio y que nos permite conocer con detalle, entre otras muchas cosas, cómo se veían desde Constantinopla acontecimientos cruciales para la historia de Europa como las Cruzadas. La narración nos acerca asimismo a la poderosa figura de la princesa Ana y nos permite valorar sus finas dotes de observadora y la inteligencia con la que una mujer podía conseguir que se la aceptara en facetas tan inaceptables en una mujer como la de escritora. Además de la Alexíada, hemos conservados dos epigramas compuestos por Ana que prueban su sensibilidad estética y espiritual.